El fundamento técnico del Plan General para la Repoblación Forestal de España, (Ximénez de Embún y Ceballos, 1939) llevado a la práctica en el período 1940-82 por la Administración del Estado asumió que la degradación forestal imperante se podía invertir por la repoblación, y lo demostró reforestando cerca de tres millones de hectáreas. Pese a la envergadura del proyecto, este proceso ha sido escasamente analizado (Gómez Mendoza, 1992), salvo posiciones maniqueas demasiado generalistas y no siempre respetuosas con la realidad de los hechos (Montero, 1997).
(...)
Tras siglos de destrucción del bosque (...) a los ralos matorrales o herbazales efímeros, atestiguados por un amplio registro fotográfico, se les incorporaron los pinos. Sin embargo, el colectivo profesional que lo hizo posible se topó, desconcertado, con la acusación de ser los responsables de la desaparición de los bosques primitivos, aquellos constituidos por “especies nobles”; ante este ataque nadie acudió a defenderlos ni ellos mismos supieron hacerlo. Se les consideró causantes de un desastre ecológico nacional por haber utilizado métodos inadecuados y especies espurias para el parecer de ciertos colectivos, que lograron patrimonializar el conocimiento del monte e impregnar, con su opinión, la sensibilidad ambiental del conjunto mayoritario de nuestra sociedad.
(...)
En la embestida contra la política forestal no se libró nadie, ingenieros, métodos y especies fueron duramente censurados sin argumentos pues no había datos rigurosos que respaldaran las críticas. En un país como nuestra España, donde no es extraño que las creencias dominen sobre el saber, la incapacidad de los técnicos para aportar respuestas científicas a las críticas facilitó que lo que era una opinión alcanzara un carácter general y una erudición que no poseía. Pero de entre todos, el más ampliamente demonizado fue el género utilizado en las repoblaciones.
(...)
Bajo la presión mediática se generalizó que repoblar con pinos era obra de técnicos desarrollistas (...) obra a la que también habían colaborado propietarios o alcaldes supuestamente ignorantes pues de alguna forma todos fueron acusados de desdeñar tanto la sensibilidad como las posibilidades forestales del país. De nada valía una práctica anterior que ya había intentado introducir hayas, robles o encinas y, aunque no estuviera en los textos científicos manejados por los críticos, se sabía que repoblar en suelos esqueléticos, bajas pluviometrías y estíos prolongados no finalizaba con el éxito de la plantación. Sin embargo, la historia nos muestra que los encinares y robledales que habitaban suelos profundos son hoy terrenos agrícolas que nadie reivindica para su vuelta al monte natural. También que el terreno no labrado, asociado a suelos más someros y cubierto de herbazales o matorral degradados –la supuesta estepa española de los autores del siglo XIX–, fueron bosques talados o incendiados hasta agotarlos y que, en esta arboleda perdida, también los pinares habían sido protagonistas.
(...)
En aquel ambiente de juventud se me inculcó, y asumí convencido, el sufragismo de los Quercus, participando en más de una de las populares bellotadas en las que ilusamente las abandonábamos a merced de una fauna hambrienta, un matorral competidor y un terrible solano estival y, casi siempre, en suelos esqueléticos.
(...)
Cerca del final de la década de los ochenta, confiado en el acúmulo de resultados obtenidos sobre la secular presencia de los pinos en nuestra geografía, pensé en la oportunidad de mostrar una opinión discordante con la ciencia oficial, opinión que contribuyera al debate y enriqueciera, por diversa, la discusión. Sin embargo, inicié un rosario de sucesivos envíos a revistas nacionales de ámbito botánico y rara vez obtuve respuesta o crítica a la validez de los conocimientos y argumentos expuestos; sólo se me manifestó en tres ocasiones que el tema no era de interés para los lectores.
(...)
...tras un desafortunado trabajo publicado en 1987, que afirmaba que el empleo de los pinos en repoblaciones era ¡inadecuado o regresivo! desde el punto de vista biológico e, incluso, manifestando como dudosa la viabilidad de estas especies en gran número de comarcas conocidas desde la Edad Media como “Tierras de Pinares”, se ha pasado a que, recientemente, algunos pinares ibéricos ya sean tenidos en cuenta en el Atlas y Manual de los Hábitat de España.
